Carlota no sabía exactamente cuánto hacía que conocía a Fernando. Sabía que no era mucho, tan sólo un par de meses, tal vez tres, tal vez cuatro. De hecho, no podía decirse que realmente lo conociera. Él no se había dejado.
Y ahora pensaba en él y se sentía estúpida. Estúpida por todas las lágrimas que había vertido por él, y por las que no conseguía secar aún. Estúpida.
Fernando era… no podía decirse que fuera el amor de su vida, ni nada parecido. A veces se confunden amor y obsesión, y esto es lo que le sucedió a Carlota. Fernando era su obsesión, su gran capricho.
Fue una de esas noches. Los de siempre, donde siempre. Carlota no tenía demasiadas ganas de ir, pero Jaime se lo había pedido. Carlota no era una persona fácil de convencer, por eso se sorprendió al ceder tan fácilmente. Pero, ¿para qué engañarse a sí misma? Jaime era un chico diferente a cuántos había conocido. Cuando lo conoció, pensó que era sólo fachada, pero pronto descubrió que estaba totalmente equivocada. Resultó ser una persona realmente singular, y a Carlota la maravillaba. Él había confiado en ella desde el primer momento, y pronto e hicieron amigos. Disfrutaba mucho de su compañía, por eso acudió esa noche. Por él.
Como cada fin de semana, acudieron a casa de Samuel. Eran muchos, y la noche era larga. Carlota no quería separarse de Jaime. Con él se sentía segura, protegida, sobretodo protegida de Fernando. Pero Jaime iba a la suya, y Carlota no quiso pegarse toda la noche a él, como una niña, para no agobiarlo.
Estaba más pendiente de Fernando, pero de él intentaba mantenerse alejada.
Iba pasando la noche, y el alcohol se sumó a la fiesta. Como siempre, al principio todo fueron risas. El alcohol vuelve a todo el mundo simpático y divertido, pero sólo al principio. Las lágrimas no tardaron en aparecer de nuevo, pero esta vez más escasas.
Carlota lloraba por Fernando, como de costumbre, o quizá por costumbre. Buscó a Jaime para refugiarse en sus brazos, y él la estrechó con fuerza. Se sentó encima de él mientras él prestaba atención a otras cosas, pero de vez en cuando la abrazaba o la besaba con dulzura en la cabeza, en la mejilla o en el cuello, como para recordarle que seguía ahí, protegiéndola.
Y entonces, oh vaya, ¡sorpresa! Carlota se dio cuenta de que no cambiaría ese momento por nada. No cambiaría esos brazos que la rodeaban por ningunos otros, ni siquiera por los de Fernando. Ni una sola vez con Fernando se había sentido tan bien como se sentía en ese momento con Jaime.
- ¿Tienes sueño?- le susurró a la oreja. Carlota se estremeció.
- Sí-. No escuchó su propia voz al responder.
- Venga, vámonos a dormir.
Encontraron una habitación en la segunda planta. Era pequeña. Una cama con cabecera de madera coronaba la estancia. A la derecha, una mesita de noche, con tres cajones y una lámpara sin bombilla. A la izquierda, un gran armario, demasiado grande pare esa habitación, dificultaba la entrada a la habitación, pues impedía que la puerta pudiera abrirse completamente. La única luz que había era la que se filtraba a través de las cortinas, blancas, que llegaban hasta el suelo..
A trompicones llegaron a la cama. Sin desvestirse, Jaime se tumbó boca arriba, cogió del brazo a Carlota y la arrastró con él. Le cayó encima. El la abrazó con fuerza y giró la cabeza hacia el otro lado. Pasaron unos minutos sin que ninguno dijera nada, hasta que Carlota creyó que se había dormido. Aprovechó para ponerse cómoda. Con cuidado se quitó los zapatos y las medias, y se colocó boca abajo, justo encima de él, y rodeo su cuerpo con los brazos. Al notarla encima, el la abrazo más fuerte, apretándola contra su cuerpo, y le dio un beso en la mejilla.
Pero Carlota había decidido que no se iba a contentar sólo con eso. Cambió de posición, de manera que su sexo rozara el de él, y le dio con húmedo beso detrás de la oreja. Al momento se arrepintió. Él era su amigo, no la veía así. ¿Qué demonios estaba intentando hacer?
Pero él no se apartó, ni pareció molestarse. En vez de eso metió su mano bajo la camisa de Carlota, y empezó a acariciar su espalda, mientras la otra la deslizaba despacio hacia su cadera. A Carlota le gustaba prolongar estos momentos, alargarlos para incrementar el deseo, el suspense, la emoción, pero ya no podía más. Con una mano acarició los labios de él, y con la otra le giró la cabeza, pero fue él quien la besó.
Dulce y tímido al principio, ardiente y desinhibido después. Él deslizó las manos desde la espalda de ella hasta su trasero, y allí hundió las manos debajo de su falda, acariciándole con fuerza, y la cogió impulsándola desde las nalgas para subirla más arriba, obligándola a abrirse de piernas. Fue entonces cuando ella notó su erección, y se le escapó un gemido, que lo estimuló más. Con las manos recorrió todo el cuerpo de Carlota, sin quitarle la ropa, entreteniéndose en acariciarle con más intensidad en aquellos lugares que parecía gustarle más.
Ella estaba extasiada. Con un ansia enfermiza le besó y le mordió, y cuando se le acabaron los lugares donde morder, lo obligó a sentarse para poder quitarle la camisa.
Con el pecho desnudo, él aprovechó que ella también estaba sentada, y volvió a hundir su mano bajo la falda, esta vez por delante. Primero la acarició con delicadeza, y ella gimió. Luego, de forma brusca, enterró los dedos en su interior, caliente y húmedo. Ella gritó y recostó hacia atrás, boca arriba, para facilitarle el acceso. Él aumentó el ritmo, e introdujo otro dedo. Ella se agarró a las sábanas, mientras gemía como no lo había hecho nunca.
Pero antes de que ella alcanzara el clímax, el paró. Aturdida, observó como se quitaba los pantalones, y después los calzoncillos, quedando completamente desnudo. Ella seguía vestida. Durante un instante él la miró a los ojos, a la vez que le acariciaba la mejilla, con infinita ternura. Siguió acariciándole, esta vez los labios, y la volvió a besar, cogiéndola de la nuca, levantándole un poco la cabeza. Después, despacio, se separó, y ella se subió la falda, casi al mismo tiempo que el empezaba a bajarle las bragas, muy muy despacio, mientras se colocaba justo encima de ella.
Entró dentro de ella, poco a poco, y casi al instante tuvo el primer orgasmo de la noche. Mientras ella gritaba, él empezó a moverse más rápido, con más fuerza, más salvajemente, mientras excitaba el resto de su cuerpo con los dientes y la lengua. Pronto, Carlota tuvo otro orgasmo, y luego otro más. Él estaba agotado, sudoroso, tanto que las manos de Carlota resbalaban por su espalda. Y, cuando ya no pudo más, la abrazó con toda la fuerza que le quedaba, penetrándola una última vez, con fuerza, y la besó sediento, antes de unir sus gritos a los de ella.
Y quedaron así, abrazados, húmedos y acalorados, satisfechos, envueltos entre las sábanas, mientras abajo todavía se escuchaban las risas de los demás.
Carlota no sabía cuánto tiempo había pasado cuando despertó. Notó unos brazos que la rodeaban. Era Jaime. Estaba dormido, y aún era de noche. Lo miró durante unos minutos, sonriendo. Los dos estaban vestidos. Carlota dudó. ¿Lo había soñado?
Entonces, mientras contemplaba a Jaime… Te quiero. No. ¿Lo quería? Pensó en Fernando. No, no prefería que fuera él quien estuviese tumbado a su lado. Pero también había creído quererle a él. ¿Había confundo amor con una obsesión? ¿O estaba confundiendo ahora la amistad con el amor?
Mientras pensaba en todo esto se acurrucó más contra Jaime, y lo abrazó como pudo. Estaba tan a gusto a su lado…
Y entonces se abrió la puerta.
Carlota se incorporó. Fernando la contemplaba desde fuera.
- Carlota, ¿puedo hablar contigo un momento?
Y ahora pensaba en él y se sentía estúpida. Estúpida por todas las lágrimas que había vertido por él, y por las que no conseguía secar aún. Estúpida.
Fernando era… no podía decirse que fuera el amor de su vida, ni nada parecido. A veces se confunden amor y obsesión, y esto es lo que le sucedió a Carlota. Fernando era su obsesión, su gran capricho.
Fue una de esas noches. Los de siempre, donde siempre. Carlota no tenía demasiadas ganas de ir, pero Jaime se lo había pedido. Carlota no era una persona fácil de convencer, por eso se sorprendió al ceder tan fácilmente. Pero, ¿para qué engañarse a sí misma? Jaime era un chico diferente a cuántos había conocido. Cuando lo conoció, pensó que era sólo fachada, pero pronto descubrió que estaba totalmente equivocada. Resultó ser una persona realmente singular, y a Carlota la maravillaba. Él había confiado en ella desde el primer momento, y pronto e hicieron amigos. Disfrutaba mucho de su compañía, por eso acudió esa noche. Por él.
Como cada fin de semana, acudieron a casa de Samuel. Eran muchos, y la noche era larga. Carlota no quería separarse de Jaime. Con él se sentía segura, protegida, sobretodo protegida de Fernando. Pero Jaime iba a la suya, y Carlota no quiso pegarse toda la noche a él, como una niña, para no agobiarlo.
Estaba más pendiente de Fernando, pero de él intentaba mantenerse alejada.
Iba pasando la noche, y el alcohol se sumó a la fiesta. Como siempre, al principio todo fueron risas. El alcohol vuelve a todo el mundo simpático y divertido, pero sólo al principio. Las lágrimas no tardaron en aparecer de nuevo, pero esta vez más escasas.
Carlota lloraba por Fernando, como de costumbre, o quizá por costumbre. Buscó a Jaime para refugiarse en sus brazos, y él la estrechó con fuerza. Se sentó encima de él mientras él prestaba atención a otras cosas, pero de vez en cuando la abrazaba o la besaba con dulzura en la cabeza, en la mejilla o en el cuello, como para recordarle que seguía ahí, protegiéndola.
Y entonces, oh vaya, ¡sorpresa! Carlota se dio cuenta de que no cambiaría ese momento por nada. No cambiaría esos brazos que la rodeaban por ningunos otros, ni siquiera por los de Fernando. Ni una sola vez con Fernando se había sentido tan bien como se sentía en ese momento con Jaime.
- ¿Tienes sueño?- le susurró a la oreja. Carlota se estremeció.
- Sí-. No escuchó su propia voz al responder.
- Venga, vámonos a dormir.
Encontraron una habitación en la segunda planta. Era pequeña. Una cama con cabecera de madera coronaba la estancia. A la derecha, una mesita de noche, con tres cajones y una lámpara sin bombilla. A la izquierda, un gran armario, demasiado grande pare esa habitación, dificultaba la entrada a la habitación, pues impedía que la puerta pudiera abrirse completamente. La única luz que había era la que se filtraba a través de las cortinas, blancas, que llegaban hasta el suelo..
A trompicones llegaron a la cama. Sin desvestirse, Jaime se tumbó boca arriba, cogió del brazo a Carlota y la arrastró con él. Le cayó encima. El la abrazó con fuerza y giró la cabeza hacia el otro lado. Pasaron unos minutos sin que ninguno dijera nada, hasta que Carlota creyó que se había dormido. Aprovechó para ponerse cómoda. Con cuidado se quitó los zapatos y las medias, y se colocó boca abajo, justo encima de él, y rodeo su cuerpo con los brazos. Al notarla encima, el la abrazo más fuerte, apretándola contra su cuerpo, y le dio un beso en la mejilla.
Pero Carlota había decidido que no se iba a contentar sólo con eso. Cambió de posición, de manera que su sexo rozara el de él, y le dio con húmedo beso detrás de la oreja. Al momento se arrepintió. Él era su amigo, no la veía así. ¿Qué demonios estaba intentando hacer?
Pero él no se apartó, ni pareció molestarse. En vez de eso metió su mano bajo la camisa de Carlota, y empezó a acariciar su espalda, mientras la otra la deslizaba despacio hacia su cadera. A Carlota le gustaba prolongar estos momentos, alargarlos para incrementar el deseo, el suspense, la emoción, pero ya no podía más. Con una mano acarició los labios de él, y con la otra le giró la cabeza, pero fue él quien la besó.
Dulce y tímido al principio, ardiente y desinhibido después. Él deslizó las manos desde la espalda de ella hasta su trasero, y allí hundió las manos debajo de su falda, acariciándole con fuerza, y la cogió impulsándola desde las nalgas para subirla más arriba, obligándola a abrirse de piernas. Fue entonces cuando ella notó su erección, y se le escapó un gemido, que lo estimuló más. Con las manos recorrió todo el cuerpo de Carlota, sin quitarle la ropa, entreteniéndose en acariciarle con más intensidad en aquellos lugares que parecía gustarle más.
Ella estaba extasiada. Con un ansia enfermiza le besó y le mordió, y cuando se le acabaron los lugares donde morder, lo obligó a sentarse para poder quitarle la camisa.
Con el pecho desnudo, él aprovechó que ella también estaba sentada, y volvió a hundir su mano bajo la falda, esta vez por delante. Primero la acarició con delicadeza, y ella gimió. Luego, de forma brusca, enterró los dedos en su interior, caliente y húmedo. Ella gritó y recostó hacia atrás, boca arriba, para facilitarle el acceso. Él aumentó el ritmo, e introdujo otro dedo. Ella se agarró a las sábanas, mientras gemía como no lo había hecho nunca.
Pero antes de que ella alcanzara el clímax, el paró. Aturdida, observó como se quitaba los pantalones, y después los calzoncillos, quedando completamente desnudo. Ella seguía vestida. Durante un instante él la miró a los ojos, a la vez que le acariciaba la mejilla, con infinita ternura. Siguió acariciándole, esta vez los labios, y la volvió a besar, cogiéndola de la nuca, levantándole un poco la cabeza. Después, despacio, se separó, y ella se subió la falda, casi al mismo tiempo que el empezaba a bajarle las bragas, muy muy despacio, mientras se colocaba justo encima de ella.
Entró dentro de ella, poco a poco, y casi al instante tuvo el primer orgasmo de la noche. Mientras ella gritaba, él empezó a moverse más rápido, con más fuerza, más salvajemente, mientras excitaba el resto de su cuerpo con los dientes y la lengua. Pronto, Carlota tuvo otro orgasmo, y luego otro más. Él estaba agotado, sudoroso, tanto que las manos de Carlota resbalaban por su espalda. Y, cuando ya no pudo más, la abrazó con toda la fuerza que le quedaba, penetrándola una última vez, con fuerza, y la besó sediento, antes de unir sus gritos a los de ella.
Y quedaron así, abrazados, húmedos y acalorados, satisfechos, envueltos entre las sábanas, mientras abajo todavía se escuchaban las risas de los demás.
Carlota no sabía cuánto tiempo había pasado cuando despertó. Notó unos brazos que la rodeaban. Era Jaime. Estaba dormido, y aún era de noche. Lo miró durante unos minutos, sonriendo. Los dos estaban vestidos. Carlota dudó. ¿Lo había soñado?
Entonces, mientras contemplaba a Jaime… Te quiero. No. ¿Lo quería? Pensó en Fernando. No, no prefería que fuera él quien estuviese tumbado a su lado. Pero también había creído quererle a él. ¿Había confundo amor con una obsesión? ¿O estaba confundiendo ahora la amistad con el amor?
Mientras pensaba en todo esto se acurrucó más contra Jaime, y lo abrazó como pudo. Estaba tan a gusto a su lado…
Y entonces se abrió la puerta.
Carlota se incorporó. Fernando la contemplaba desde fuera.
- Carlota, ¿puedo hablar contigo un momento?
Hay veces que los sueños podian hacerse realidad.
ResponderEliminarHay caricias que parecen verdaderas y hasta orgasmos.
Soñar que te acuestas con alguien, es porque te quieres acostar con el.
Si estas obsesionada con alguien es muy facil de confundir con amor.
Lo digo y lo viví.
Pero aunke tenga que pasar el tiempo, pasará y cuando te des cuenta, la obsesión ya no estará.
Deja al tiempo ke pase.
Es esencial, para que todos podamos sonreir.
Las lagrima sno valen la pena...
te quiero
no es una historia real u.u
ResponderEliminarTodos hemos confundido alguna vez amistad/amor o amor/obsesión.
ResponderEliminarEnxuuu.
El amor es basicamente eso, una obsesión. Nadie lo ha negado y nadie lo negará, cuando te obsesionas por un objeto, quieres tenerlo, y sabes que podrías vivir sin ese objeto, pero lo quieres y lo quieres y si no lo tienes no te sientes complet@. El amor es lo mismo pasado al aspecto humano, la necesidad de tener a una persona al lado sin pensar en lo insano que puede ser estar enamorad@ de esa persona.
ResponderEliminarO quieres, o tienes ganas de hacer lo que sea con esa persona, pero no creo que exista una diferencia entre obsesión y amor por la que se pueda dudar.