Ding dong. El timbre.
Gisele mira el reloj. No lo espera tan pronto, aunque ya está lista. De todos modos, decide hacerle esperar. Él llama dos veces más.
Deja que llame una tercera y se quita los pendientes. Avanza despacio hacia la puerta, y la abre a la vez que finge ponerse los pendientes.
- Espera un momento, ya casi estoy.
Gisele sabe guardar las apariencias. Pasea cogida del brazo de él, le sonríe y finge que le escucha. Se deja arrastrar a un restaurante elegante. Come y se comporta con elegancia, se mueve con gracia. Una chica refinada, toda una señorita. Una mujer seria.
Pero no, la seriedad no le va demasiado. Lo que ella espera de ese hombre es sexo. Única y exclusivamente. Si se deja llevar a cenar es sólo por guardar las apariencias, aunque está segura de que su acompañante sabe perfectamente qué clase de chica es ella. Una chica fácil.
Terminan de cenar. El café en mi casa, ofrece Gisele. La cuenta y la última copa. El camino de regreso es lento, aunque los dos quieren terminar cuanto antes.
Adicta. A Gisele le gusta mucho el sexo, pero los hombres la aburren. Por eso, cada vez es con uno diferente. Adicta. Pero últimamente el propio sexo la aburre.
Llegan a su casa. Él va al baño, y ella entra en la cocina, sin la más mínima intención de hacer café. Un vaso de agua y mira por la ventana.
Ya no se siente excitada. Saber que va a tener sexo le provoca la misma emoción que fumar un cigarrillo. Sabe que es placentero, pero también sabe que se lo va a fumar, sí o sí. Un polvo y un cigarrillo, sólo duran un par de caladas. Adicta, no excitada.
Ahora quiere un cigarro. Mira por la ventana, mientras espera a que él vuelva. Fumará después. Siempre ha pensado que esa ventana es demasiado grande para una cocina. A menos de cinco metros hay otro edificio. ¿Para qué una ventana tan grande para ver sólo ladrillo?
No, no es sólo ladrillo lo que ve. Desde ahí puede ver otra ventana, una sola, la única a esa altura del edificio de enfrente que da a esa calle. No es tan grande, y la luz está apagada.
Se oyen pasos en el pasillo. Él está viniendo, pero Gisele sigue mirando la ventana de enfrente. Y entonces distingue, en medio de la oscuridad, un punto rojo, que aumenta y decrece.
Él entra. Se acaba el teatro. La rodea desde atrás y empieza a morderle el cuello. Pero ella sigue mirando. Ahora alcanza a ver una oscura silueta, casi invisible en la oscuridad. Un hombre la está mirando, mientras se fuma un cigarro.
Mientras, él ha subido sus manos hasta sus pechos, y se los masajea con ansia, y le muerde ahora la oreja. Ella gime para contentarle, y sigue mirando. Sabe quien es el hombre que la mira. Compra el pan en el mismo horno que ella, y es socio del mismo videoclub. Más próximo de los cincuenta que de los cuarenta, es un de esos hombres que solo se vuelven atractivos cuando en su cabello empiezan a aparecer canas y dejan de afeitarse a diario. Uno de esos hombres a los que el paso del tiempo les vuelve sexys.
Él sigue masajeándole los pechos. Le ha quitado la blusa y le ha descolocado el sujetador. Ella sigue mirando, y el hombre del cigarrillo la mira también. Ella no puede verle la cara, pero sabe que mira. La mira y fuma, y ella se excita. Quiere que siga mirando, mientras otro hombre se la tira. Quiere que mire, quiere que vea todo lo que va a hacer.
Se gira y besa al hombre que va a formar parte de su función. Lo giro y lo estampa contra la encimera, y ella se pone enfrente. De este modo, puede seguir mirando a la ventana. Se quita el sujetador y deja que él le lama los pechos, mientras ella le baja la cremallera del pantalón. Se agacha y libera su erección. El jadea mientras ella hace. Gisele sabe que el hombre está viendo eso, y se lo introduce más adentro.
Se incorpora. Él sigue jadeando, y ella mira la ventana mientras se relame. Se desnuda y lo aparta de la encimera. Se tumba boca arriba, con las piernas colgando hacia el suelo, y la cabeza hacia atrás. Así puede mirar la ventana, aunque lo ve todo al revés. Él hace ademán de desnudarse también, pero ella le dice qué quiere que haga.
Los hombres la aburren. La fastidian. Nunca saben lo que una mujer quiere. Hay que explicarles constantemente qué es lo que tienen que hacer. La aburren.
Mientras él recorre con la lengua su interior, ella grita. Lamenta entonces no tener la ventana abierta para que el hombre pueda escuchar sus gritos. Se corre, más por la excitación de ser observada que por el placer que le están dando.
Lo coge ahora de la camisa y lo tumba sobre la encimera. Le quita los zapatos, los calcetines, los pantalones y los calzoncillos. Le deja puesta la camisa, y de reojo puede ver el cigarrillo encendido en la ventana de enfrente.
Abre las piernas y se coloca encima de él. Poco a poco lo introduce dentro de su cuerpo. Empieza a mover las caderas arriba y abajo. Apoya la cabeza en su hombro derecho, y gira la cabeza en dirección a la ventana. El hombre sigue allí. Gisele sonríe y entonces se mueve más y más rápido, subiendo y bajando más las caderas, con más fuerza, casi con violencia. El cigarrillo del hombre todavía no se ha consumido.
Finalmente él se corre, después de que ella haya tenido otro orgasmo, del cual él no tiene el mérito. Gisele se incorpora, quedándose sentada en la encimera, desnuda, y lo empuja para que baje.
Mientras él se viste, ella contempla la ventana. Busca entre su ropa, y saca su pintalabios rojo. Se pinta los labios con la boca entreabierta. Mientras el hombre da su última calada, ella besa el cristal, dejando la marca de sus labios. Un beso para su espectador. A ti te dedico este polvo.
El cigarrillo casi se ha consumido por completo, pero antes de que el hombre lo apague, Gisele puede distinguir con facilidad, a pesar de la oscuridad, la sonrisa morbosa y pícara que el hombre le brinda.
El espectáculo le ha gustado.
Gisele mira el reloj. No lo espera tan pronto, aunque ya está lista. De todos modos, decide hacerle esperar. Él llama dos veces más.
Deja que llame una tercera y se quita los pendientes. Avanza despacio hacia la puerta, y la abre a la vez que finge ponerse los pendientes.
- Espera un momento, ya casi estoy.
Gisele sabe guardar las apariencias. Pasea cogida del brazo de él, le sonríe y finge que le escucha. Se deja arrastrar a un restaurante elegante. Come y se comporta con elegancia, se mueve con gracia. Una chica refinada, toda una señorita. Una mujer seria.
Pero no, la seriedad no le va demasiado. Lo que ella espera de ese hombre es sexo. Única y exclusivamente. Si se deja llevar a cenar es sólo por guardar las apariencias, aunque está segura de que su acompañante sabe perfectamente qué clase de chica es ella. Una chica fácil.
Terminan de cenar. El café en mi casa, ofrece Gisele. La cuenta y la última copa. El camino de regreso es lento, aunque los dos quieren terminar cuanto antes.
Adicta. A Gisele le gusta mucho el sexo, pero los hombres la aburren. Por eso, cada vez es con uno diferente. Adicta. Pero últimamente el propio sexo la aburre.
Llegan a su casa. Él va al baño, y ella entra en la cocina, sin la más mínima intención de hacer café. Un vaso de agua y mira por la ventana.
Ya no se siente excitada. Saber que va a tener sexo le provoca la misma emoción que fumar un cigarrillo. Sabe que es placentero, pero también sabe que se lo va a fumar, sí o sí. Un polvo y un cigarrillo, sólo duran un par de caladas. Adicta, no excitada.
Ahora quiere un cigarro. Mira por la ventana, mientras espera a que él vuelva. Fumará después. Siempre ha pensado que esa ventana es demasiado grande para una cocina. A menos de cinco metros hay otro edificio. ¿Para qué una ventana tan grande para ver sólo ladrillo?
No, no es sólo ladrillo lo que ve. Desde ahí puede ver otra ventana, una sola, la única a esa altura del edificio de enfrente que da a esa calle. No es tan grande, y la luz está apagada.
Se oyen pasos en el pasillo. Él está viniendo, pero Gisele sigue mirando la ventana de enfrente. Y entonces distingue, en medio de la oscuridad, un punto rojo, que aumenta y decrece.
Él entra. Se acaba el teatro. La rodea desde atrás y empieza a morderle el cuello. Pero ella sigue mirando. Ahora alcanza a ver una oscura silueta, casi invisible en la oscuridad. Un hombre la está mirando, mientras se fuma un cigarro.
Mientras, él ha subido sus manos hasta sus pechos, y se los masajea con ansia, y le muerde ahora la oreja. Ella gime para contentarle, y sigue mirando. Sabe quien es el hombre que la mira. Compra el pan en el mismo horno que ella, y es socio del mismo videoclub. Más próximo de los cincuenta que de los cuarenta, es un de esos hombres que solo se vuelven atractivos cuando en su cabello empiezan a aparecer canas y dejan de afeitarse a diario. Uno de esos hombres a los que el paso del tiempo les vuelve sexys.
Él sigue masajeándole los pechos. Le ha quitado la blusa y le ha descolocado el sujetador. Ella sigue mirando, y el hombre del cigarrillo la mira también. Ella no puede verle la cara, pero sabe que mira. La mira y fuma, y ella se excita. Quiere que siga mirando, mientras otro hombre se la tira. Quiere que mire, quiere que vea todo lo que va a hacer.
Se gira y besa al hombre que va a formar parte de su función. Lo giro y lo estampa contra la encimera, y ella se pone enfrente. De este modo, puede seguir mirando a la ventana. Se quita el sujetador y deja que él le lama los pechos, mientras ella le baja la cremallera del pantalón. Se agacha y libera su erección. El jadea mientras ella hace. Gisele sabe que el hombre está viendo eso, y se lo introduce más adentro.
Se incorpora. Él sigue jadeando, y ella mira la ventana mientras se relame. Se desnuda y lo aparta de la encimera. Se tumba boca arriba, con las piernas colgando hacia el suelo, y la cabeza hacia atrás. Así puede mirar la ventana, aunque lo ve todo al revés. Él hace ademán de desnudarse también, pero ella le dice qué quiere que haga.
Los hombres la aburren. La fastidian. Nunca saben lo que una mujer quiere. Hay que explicarles constantemente qué es lo que tienen que hacer. La aburren.
Mientras él recorre con la lengua su interior, ella grita. Lamenta entonces no tener la ventana abierta para que el hombre pueda escuchar sus gritos. Se corre, más por la excitación de ser observada que por el placer que le están dando.
Lo coge ahora de la camisa y lo tumba sobre la encimera. Le quita los zapatos, los calcetines, los pantalones y los calzoncillos. Le deja puesta la camisa, y de reojo puede ver el cigarrillo encendido en la ventana de enfrente.
Abre las piernas y se coloca encima de él. Poco a poco lo introduce dentro de su cuerpo. Empieza a mover las caderas arriba y abajo. Apoya la cabeza en su hombro derecho, y gira la cabeza en dirección a la ventana. El hombre sigue allí. Gisele sonríe y entonces se mueve más y más rápido, subiendo y bajando más las caderas, con más fuerza, casi con violencia. El cigarrillo del hombre todavía no se ha consumido.
Finalmente él se corre, después de que ella haya tenido otro orgasmo, del cual él no tiene el mérito. Gisele se incorpora, quedándose sentada en la encimera, desnuda, y lo empuja para que baje.
Mientras él se viste, ella contempla la ventana. Busca entre su ropa, y saca su pintalabios rojo. Se pinta los labios con la boca entreabierta. Mientras el hombre da su última calada, ella besa el cristal, dejando la marca de sus labios. Un beso para su espectador. A ti te dedico este polvo.
El cigarrillo casi se ha consumido por completo, pero antes de que el hombre lo apague, Gisele puede distinguir con facilidad, a pesar de la oscuridad, la sonrisa morbosa y pícara que el hombre le brinda.
El espectáculo le ha gustado.
Después de leer este, el mio que está arriba me parece una cutrada XD
ResponderEliminarMe gusta mucho, me recuerda a un texto que escribí hace tiempo sobre una chica delante de una ventana hmmm.
Yo esoty aburrida de los hombres y apenas he jugado con ellos...
Besos
Ari
jajajaj ari xD "yo estoy aburrida de los hombre y apenas he jugado con ellos"
ResponderEliminaryo creo ke mi momento d ejugar tiene ke empezar seriamente ke esto no puede ser.
Kiero jugar y siempre lo dejo...
para otro momento...
Layla